La discusión.
El día que Ramona tenia sus maletas en la puerta, comprendí que me iba a dejar.
- Te preguntarás como puedo irme – me dijo algo desafiante.
- Hasta donde yo se todavía tus pies funcionan – respondí algo molesto.
- Me vas a necesitar.
- Tú también crees que necesito una corbata, pero he podido vivir sin una.
- ¡Te arrepentirás!
- Yo no soy el que dejo su ambición de ser bailarina de ballet para cuidar a los niños.
- Primero, no tenemos niños, y segundo, yo no bailo ballet.
- Hubieras aprendido. Bueno, ahora podrás aprender con la jugosa pensión alimenticia que le daré a nuestros hijos.
- ¡Pero si no tenemos hijos! Y gracias a Dios, porque serían igual de estúpidos y pobres que tú.
- Estúpido te creo, pobre puede ser ¿pero loco?
- No dije nada de ser loco.
- Es que había que recalcar que estoy loco de amor por ti.
- No hagas show por favor.
- Decir “te amo” solo es show cuando lo dice un perro vestido con tutu en un circo.
- No te hagas el chistoso.
- Vaya pareja, tu muerta y yo congelado
- ¿Y eso? No entiendo, no tiene nada que ver.
- Lo sé, pero siempre quise decírselo a alguien, y ahora que te vas no tendré la oportunidad.
- Marcel, todavía tienes tus malditas plantas.
- ¡No las trates así! Ellas no te han dicho nada malo.
- Son plantas, ¡No hablan!
- Gracias a Dios no las has escuchado, porque siendo sincero, se ríen de ti a tus espaldas.
- Por favor, ¡ponte serio! ¡Sigues siendo igual de inmaduro que cuando te conoci!
Cuando Ramona decía esa frase, frote mi barbilla pensando y me di cuenta que ella tenía razón, tenia 25 años y todavía no me salía vello facial.
- ¡Marcel! – Grito para hacerme volver a la tierra.
En ese momento vi sus orejas, el defecto que más odiaba de ella. En toda su vida nunca uso aros.
- El problema siempre fue que nunca quisiste usar aros – le dije seriamente.